Sábado 14 de abril de 2018
Ciudad de México
José Alfredo Otero
ADN Magallanero
Desde que tengo uso de razón recuerdo que mi papá me llevaba al estadio Universitario a los juegos de nuestros adorados Navegantes del Magallanes, aunque según una grabación de Betamax que vimos en casa de nuestro pana Carlos Enrique Weffe, vi que me llevaban al coso de los Chaguaramos, casi que de recién nacido, en la época que Sid Bream, jugó con los turcos.
Aunque el primer recuerdo de esas idas al parque de la Ciudad Universitaria, es el juego de los dos jonrones de Mark Funderburk, en un mismo acto ante el eterno rival que acabó con celebración en el Hato Grill.
Pero una de las cosas que más recuerdo por no escribir la que más de esas visitas al estadio de la Universidad Central de Venezuela, fue una durante la campaña 92-93 de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP), cuando Luis González, me sorprendió y me regaló una muñequeras grises marca Franklin, “nuevecitas de paquete”, como dicen en Sábado Gigante, y lo mejor de todo que fue sin pedírselas. Las mismas las conservé hasta 2010, justo el día de la final de la Copa del Mundo de Fútbol de 2010, cuando fuimos víctima del hampa, espero los choros o quién las tenga las mantenga, un verso sin mucho esfuerzo.
A mí hijo lo llevé por primera vez al estadio en 2015, nada más y nada menos que en Cancún, al parque “Beto” Ávila a un juego entre los Pericos de Puebla y Tigres de Quintana Roo, de la Liga Mexicana del Béisbol (LMB), la cual tengo la dicha, fortuna, privilegio y suerte de cubrir desde hace tres años, los poblanos en ese entonces contaban con Luke Scott, Armando Galarraga y Miguel Tejada, entre otros.
Como siempre le dije a Diego, cuando me acompaña al trabajo que no esté pidiendo nada y que si le ofrecen y dependiendo de qué y quien y bajo mi consentimiento acepte, eso se lo digo cada vez que salimos y vamos camino al sitio. Si bien esa vez el partido fue en la noche y se terminó durmiendo en la cabina, a pesar de haber llevado algunos de sus juguetes, lo llevé porque era época de pascua y no tenía clase al día siguiente.
Las otras veces que fuimos al béisbol en Quintana Roo, fue como espectadores, hasta que en 2017, me volvió a acompañar, pero esa vez en la Ciudad de México (CDMX) y al estadio Fray Nano, a un juego entre los Toros de Tijuana y los Diablos Rojos, fue el Día del Niño en México, por lo que Emiliano pudo entrar al terreno de juego, donde Roberto Espinoza, lo sorprendió, como hizo González, conmigo casi 25 años antes, con unos pines del Clásico Mundial de Béisbol 2017, diciéndole: “que esperaba los conservara”, como lo ha hecho, incluso en sus mismos empaques.
Hace dos fines de semana me volvió a acompañar al Fray Nano, esa vez para el segundo partido de la serie inaugural entre Pericos y Diablos, en el primer torneo de los dos que se juegan por primera vez en la LMB y sentados en el dogout de los emplumados verdes, esperando que salieran los umpires para salir del terreno después de entrevistar a los paisanos Ramón Ortiz y Adrián Guerra, de repente el jardinero extranjero de los Pericos, Josh Romanski, se acercó a Diego, con un bate (un Professional Zinger X Series X243 Pro Maple 042817-05 LDM) y en perfecto español le pregunto: “¿lo quieres?”, a lo que Diego afirmó de inmediato, mientras el californiano con el propio look de surfista originario de esa tierra y al mejor estilo de Thor, antes de Ragnarok le advertía que estaba partido y que tuviera cuidado con el pegamento.
Se podrán imaginar la emoción de Emiliano, desde entonces en especial en el estadio con su bate para arriba y para abajo y más con la propuesta de cambio por uno de su tamaño (en broma) del profe Isidro Vargas, de donde no quería irse hasta que el sol de la CDMX, que al parecer sólo sale por esta época de primavera y pascua, al menos es lo que he apreciado en los que llevo viviendo en la misma, también cuando llegó a la casa y se lo mostró a la mamá, quien no estaba, cuando llegamos, incluso cuando lo hizo Diego estaba dormido desde que arribó al “hogar dulce hogar”, como dicen popularmente, por efectos del sol capitalino que no se compara con el de Cancún y menos del oriente venezolano, ni escribir el de Cabimas ni el de Guatire, pero se levantó corriendo cuando escucho llegar a su madre para mostrarle y contarle.
De igual forma desde entonces tampoco para de hablar de Romanski, ni de los Pericos de Puebla, con los cuales también asocia a los poblanos desde 2017 y también con los eléctricos por las transmisiones de radio del circuito navegante, lo mismo con el señor Roberto y hasta con Hassan Pena.
Una vez leí de Francisco Blavia, uno de mis referentes en el periodismo deportivo, en su columna Mirada Atenta, cuando la publicaba en Líder en Deportes, que las aficiones que se adquieren entre los seis y nueve años, no se olvidan y nunca se pierden, Emiliano está entre esa edad y quizá se haya hecho aficionado de los Pericos por la sorpresa de Romanski, de los Toros por Espinoza o de los Diablos por vivir en la CDMX o de los Tigres por Cancún.
Aunque considero que la afición que Diego no olvidará ni perderá es la del navegante y no porque se la haya impuesto, de hecho no lo hago con nada del béisbol ni del deporte, pero al día siguiente que Emiliano nació jugaron Magallanes y Caracas, en el estadio José Bernardo Pérez de la ciudad de Valencia, y a mi mente vino que del equipo que ganará, Diego sería aficionado, gracias a Dios del béisbol, ganaron los bucaneros nada más y nada menos que con no hit no run de Anthony Lerew, por lo que también considero que mi hijo tiene ADN Magallanero y es magallanero, como yo, incluso antes de nacer, ya que tanto mis padres como los suyos son magallaneros y si bien los míos se conocieron en el Universitario, no conocí a mi esposa en el coso de los Chaguaramos, pero sí en Caracas y nuestra primera salida fue a ver un Magallanes-Caracas de la 2005-2006, donde ganamos y le mojé la cartera al tumbar la meza celebrando un doble play bucanero y que luego dije si no vuelve a salir conmigo ya sabré porque, pero no le importó ni le paró.
Foto: Frank Married.